Esta es su rutina: cuando llega la noche, va al baño, se lava los dientes, vuelve a la cama, saca una báscula del armario, la pone en el suelo y se pesa… y maldice. Mi marido ya no sabe vivir sin su dieta: es entrañable, un hombretón luchando contra los elementos. En este caso, los elementos, claro está, son los dulces, las hamburguesas, el helado, las pizzas y demás.
¿Y por qué lleva tantos años de dieta? Obviamente porque no consigue sus objetivos. Así como no se puede decir que tenga mucha fuerza de voluntad, si es un hombre con determinación. Lejos de darse por vencido sigue y sigue… ¿hasta que la consigue? Eso esperamos todos.
En su descargo debo decir que el último año ha sido uno de los mejores de su dieta. Ha acudido a ver a un nutricionista que le ha explicado, punto por punto, lo que tiene que hacer y lo que tiene que saber. Por ejemplo, al escuchar a este tipo, parece que asume que los nutrientes del pescado son imprescindibles si se quiere comer sano. Hasta ahora, yo le indicaba lo que debía comer y lo que no. Y aunque yo soy una persona delgada y que, creo, como bastante bien, él pasaba de mis consejos. Solo me hizo caso cuando le dije que fuera a un nutricionista.
Ahora se vuelve loco al mirar la composición de los alimentos que come. Lee y relee constantemente, incluso los valores nutricionales del chocolate. Cuando yo le pregunto si el “nutri” (así lo llamamos con cariño) le ha recomendado también chocolate, aparte de los nutrientes del pescado, me dice que ha leído en no sé qué publicación científica que el chocolate es bueno para las neuronas.
Con todo, con el “nutri” ha empezado a perder algo de peso y se le ve más contento. Ya no llega a la noche tan ofuscado cuando llega el momento de pesarse. Pero ninguno de los dos tenemos claro lo que sería nosotros en un mundo sin dieta… aunque tal vez haya llegado el momento de arriesgar.